Mis sueños son un refugio estúpido,
como una paraguas contra un rayo.
FP
Fue en los primeros seis minutos después de la lluvia cuando entendí a Bernardo, como si en el silencio y en el soslayado caos de la calle se estructuraran sus palabras. Soy parte del miedo, le pertenezco tanto como él a mí, no soy nadie para arrancarme de lo que debo ser, intentarlo es tan ingenuo como imaginar que una hojita de papel crepé por voluntad propia se sacude el pegamento para separarse del árbol falso del festival de primavera.
Las cosas tienen que ser como son, las rabietas existenciales además de estúpidas, fracasan. Hay que entender que el agua en el asfalto le pertenece a la luz verde del semáforo, y ese espejo luminoso y encharcado es tuyo y además te atraviesa, de nada sirve negarlo. Nadie dispone de sus anhelos porque estos ya descansan en los solares, renegar pues, es también parte del teatro. El nopertenecer está en el sosiego anterior a la lluvia y en el desasosiego que trae consigo el renacer de la ciudad cuando el agua para.
Diez minutos antes de la lluvia me preguntaba qué hacía aquí, ya lo olvidé, pero todavía recuerdo el sonido de un cajón pesado arrastrado sobre piedras, no sabía si venía de mis oídos o de afuera hasta que vi relampaguear el cielo y olí la tierra mojada cuando ni una gota había caído todavía.
Fotografía de Nicolás Bravo: lentetapado.blogspot.com
1 comentario:
Olor a tierra mojada, siempre un presagio de lluvia.
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