jueves, 11 de mayo de 2017

Las horas de gracia

  Alguna vez Jorge lo explicó en uno de sus conciertos: hay espacios y tiempos donde se encuentra un punto ciego de felicidad intacta en medio del caos de vida. Fue ahí, en la arena blanquita, esperando el amanecer donde cuatro mujeres buscan renacer sin saberlo, hay una intención latente de volver a sus almas intactas y siempre reconstruidas, están ahí, en ese punto ciego, cada quien en sí pero esperando el sol juntas.

Cuatro vidas distintas, separadas, con sus historias dentro de sus historias, todo para contar, rápido que las horas juntas son pocas y hay que vaciar la vida pronto porque los pescadores ya se acercan a tender la red.

La mujer siempre niña, ahora se le ve madura, de pez a sirena, fuerte, certera, en sus brazos se dibujan alas prominentes, expertas en vuelo y listas para nadar en otros cielos. Ella, la que antes parecía estar distraída a expensas de que cualquier viento la arrastrase lejos, esta ahora a cargo de las otras, las cuida, las despierta, las lleva de la mano a entender el destino amazónico que las ha juntado de nuevo en el caribe.

La mujer siempre autónoma y urbana, deslumbra ahora con un corazón radiante al que llama casa, se le ve tranquila como quien encuentra la posición justa en el sillón de las visitas, que nadie la mueva, no la toquen que es ahí justo en ese lugar donde mas feliz se le ve, donde su independencia crece acompañada. Ahora sonríe mas tranquila, con un compás exacto, y es que en sus desvelos de playa hay alguien allá afuera que la espera junto al hueco de su cama.

La mujer siempre libre llegó atrapada en otra vida que no termina de descifrar, pero en el momento preciso que el azul de sus ojos hizo par con el del mar, su mirada reencontró el hogar, como quien entra a oscuras a su cuarto, un poco a tientas y con miedo de tropezar pero que logra atravesar el espacio segura porque lo conoce y le pertenece. La mas indescifrable de las cuatro, pero quizá la mas construida de todas, aunque eso no lo sepa ni ella.

La mujer siempre sola y de sonrisa amplia, está ahora enamorada, aterrada pero feliz, ha llegado ahí siendo una niña que por primera vez se subirá a la rueda de la fortuna, las otras tres le aplauden, le dicen que tenga cuidado que no se asome mucho al precipicio, que disfrute el viaje, que si vomita no importa, pero la mujer siempre sola en ese momento niña feliz, aun esta haciendo fila, contemplando emocionada la rueda luminosa y al mismo tiempo pensando: qué terror, qué terror estar hasta arriba.


Ellas cuatro tienen un siempre que caduca, porque han decidido reconocerse a diario. Son mas fuertes juntas y es precisamente ahí, frente al mar donde saben de cierto que nunca andan solas, que luego del último minuto de gracia, del apresurado adiós, se separan pero se llevan a las otras consigo porque solo aquellos que han logrado compartir ese pequeño espacio donde el ruido calla y las olas crecen adentro, han renacido juntos y el corazón que desde ahí vive es uno e inquebrantable.