sábado, 23 de junio de 2012

Lo que me dijo Dufoo



Así de pronto, un pensamiento lejano de un escritor lejano toca mi puerta un sábado soleado y con una sola línea reconstruye mis preguntas, deja inservibles mis reproches a la muerte, quiero decir, los reproches a la vida de mi padre. Hay melodías que yacen en las ventanas abiertas de otros, después de tanto llanto y tanto cuchillo en mano, aprendí a pararme a escucharlas morir con oído atento, sonreír así como quien nace de la muerte una y otra vez, una y otra vez.  

—Quisiera morir silenciosamente, sin dejar una huella, como muere una música lejana en un oído inatento.” Epigramas Carlos Díaz Dufoo hijo

miércoles, 13 de junio de 2012

Cementerio de mariposas


Cuando visitaba a mi padre en el centro de rehabilitación de San Blas me invadía una adultez brutal, estaba ahí con mis nueve años esperando en el comedor comunitario para verlo cada vez más delgado y con una sonrisa congelada que parecía haber estado ensayando antes de salir del dormitorio para luego ponerla en escena frente a mí… Yo tenía que evitar llorar y pedirle que vuelva a casa, porque entonces “él volvería contaminado” -decían los terapeutas-, tenía que pararme frente a él como una niña de cuarenta y dos años, sonreír y preguntarle parcamente cómo había estado.

[-¿Cómo has estado mientras te desintoxicas de la cocaína, sudas mucho, te dan ataques de pánico? (No)
-¿Cómo has estado en estos días que estando acá supiste que ya habían salido los papeles del divorcio de mamá? (No)
-¿Cómo has estado en estos días que el calor arrecia y el olor del puerco que tienen en el patio de este lugar inunda tu cuarto de tres por tres con cinco literas más viejas que tú? (No)
-¿Cómo has estado papi? (Sí, eso era lo que tenía que decir, callar mi mente y decir lo que tenía que decir una niña de nueve años, no más)]

Un día, así de pronto, como dicen que suceden los milagros, decidí dejar de visitar a mi padre y él, al mismo tiempo, se cansó de regalarme sonrisas congeladas. Luego de dos meses me envió una carta y dentro de la carta en otro papel doblado cuidadosamente me regaló un cadáver de mariposa, era maravillosa, azul eléctrico, brillaba como si aún viviera, temía que de pronto saliera volando. En el calce del papel estaba la letra de papá con pluma roja “Mariposa morpho vino desde Brasil”. Aquél cadáver se volvió mi tesoro, después de contemplarla no sé cuánto tiempo, la moví con extremo cuidado encima de una bolsa de plástico para embalsamarla con aquanet, ¡le puse tanto!, mi meta era lograr que su brillo no se acabara… ¿Brasil... qué tan lejos está Brasil volando en insecto?

Por primera vez esperé ansiosa y feliz el siguiente mes para viajar hasta Nayarit y encontrar a mi padre, vuelta niña regresé a aquél comedor esperando más tesoros, tenía cuatro. ¿Cuatro cadáveres de mariposa en menos de un mes? Quizá fueron mis ojos más de susto que de sorpresa pero antes de que pensara que mi padre además de adicto era un asesino de insectos me dijo “Han estado fumigando porque salieron alacranes en los dormitorios, desde entonces cuando salgo al patio me encuentro las mariposas enteritas, acostadas, esperando que alguien las enmarque, son tuyas”. No las enmarqué, eso era demasiado litúrgico, les busqué un libro “Animales y naturaleza” el tomo 7 de la “enciclopedia de la mujer” de alguna manera sentía que entre las ilustraciones de campos las mariposas podían volar de nuevo.

Siempre me pareció ridícula la analogía de que la niña que se hace mujer es como la oruga que se convierte en mariposa, en mi vida muchas cosas han sido al revés, para mi una vuelve a ser niña cuando la mariposa cae fumigada en medio de su máximo esplendor, así de cruel, así de lindo.

Papá no se rehabilitó en aquél centro, pero sí mi infancia, la que se me había arrebatado a tirones volvió en insecto muerto, con polvo que pintaba los dedos –“no te toques el pelo que te da tiña”-, luego pasaron muchas cosas, muchos años adentro de pocos, pero las mariposas seguían ahí, intactas entre la página ciento catorce y la ciento veintiuno. No sé bien porqué escribo esto, lo único que quiero decir es que si me pongo boba cuando veo volar una mariposa es porque nunca las conocí así, libres, para mi lo normal era verlas aplanadas entre letras, hasta hace muy poco aprendí que también vuelan, que son frágiles y que no son eternas.

martes, 24 de abril de 2012

Vaivén


Hay espejos en la casa y a veces en ellos te encuentro, no a ti sino al otro, que es también el hombre que subió a cantar al transporte y yo no lo veía a él sino a su reflejo en la ventana y ese reflejo también eras tú conmigo. Hay una aguja que no termina de enhebrarse y que sube y baja del centro de mi pecho hasta el tope de mi garganta, sube y baja pero no hilvana porque el hilo está roto, por que el ojal es muy chico, porque el nudo al final no está hecho.

Hago una bastilla por dentro de mis ojos para que pueda contenerme, puntada por arriba, doblez, puntada para abajo, así por toda la orilla hasta el lagrimal, cosiendo con cuidado con la calma de las olas mar adentro que suben y bajan tan tranquilas en el mes de mayo.

Esta memoria de pez que cada vez que te recuerda borra un pedacito de tu sonrisa me está dejando sin nada. A veces, cuando uno entra al mar pareciera que lo que se mueve es la tierra, y entonces te sorprendes en un bloque inamovible desde donde observas el vaivén de los otros, los que están afuera, a la deriva caminando por la arena. Así, tu recuerdo se instaura en la memoria, no el recuerdo de ti, sino de tu ausencia, de tu continua ausencia que marea, confunde, porque ya no sé si te fuiste o te acabas de ir.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Se trata de vuelos


Mírame así: Mujer canario,
distraída, volátil.

Pájaro de ojos pájaro,
que buscan: Te buscan.

Una palabra por todo lo que soy.

Florecen tormentas


Espera el hombre a dejar de tener miedo, prefiere la muerte, se condena a la espera, la condena a ella que lo único que busca es comenzar a vivir. Más vale esperar a que el ministro no llegue, a que llegue la muerte.

Las tormentas también florecen en primavera. No hay suficiente luz para desaparecer el profundo contenedor de pesares que olvidaste aquí. Son cuatro años esperando una respuesta, cuatro años que abrazan veinte, que tragan veinte, que cargan veinte años junto de tus manos.

Me han dicho que hay poco de qué preocuparse porque las jacarandas ya están gritando, lo que no saben es que volviste para taparme los oídos. Necesito escuchar, ser libre, necesito que seas tú el que vomite el grito de las flores.

¿Hasta dónde necesitas que cargue tu miedo? ¿Cuántos años más, cuántos dedos mutilados, cuántas crisis cuchillo en mano, cuántas vidas, cuántas muertes, cuántos besos marchitos, cuántos úteros secos? Dime cuántos y dímelo ya.

El desasosiego como abrigo del alma.
En la primavera no debe uno de abrigarse.