Hay espejos en la casa y a veces en ellos te encuentro, no a ti
sino al otro, que es también el hombre que subió a cantar al transporte y yo no
lo veía a él sino a su reflejo en la ventana y ese reflejo también eras tú
conmigo. Hay una aguja que no termina de enhebrarse y que sube y baja del
centro de mi pecho hasta el tope de mi garganta, sube y baja pero no hilvana
porque el hilo está roto, por que el ojal es muy chico, porque el nudo al final
no está hecho.
Hago una bastilla por dentro de mis ojos para que pueda
contenerme, puntada por arriba, doblez, puntada para abajo, así por toda la
orilla hasta el lagrimal, cosiendo con cuidado con la calma de las olas mar
adentro que suben y bajan tan tranquilas en el mes de mayo.
Esta memoria de pez que cada vez que te recuerda borra un pedacito
de tu sonrisa me está dejando sin nada. A veces, cuando uno entra al mar
pareciera que lo que se mueve es la tierra, y entonces te sorprendes en un
bloque inamovible desde donde observas el vaivén de los otros, los que están
afuera, a la deriva caminando por la arena. Así, tu recuerdo se instaura en la
memoria, no el recuerdo de ti, sino de tu ausencia, de tu continua ausencia que marea, confunde, porque ya no sé si te fuiste o te acabas de ir.