Alguna vez Jorge lo explicó en uno de sus conciertos: hay espacios
y tiempos donde se encuentra un punto ciego de felicidad intacta en medio del
caos de vida. Fue ahí, en la arena blanquita, esperando el amanecer donde
cuatro mujeres buscan renacer sin saberlo, hay una intención latente de volver
a sus almas intactas y siempre reconstruidas, están ahí, en ese punto ciego, cada
quien en sí pero esperando el sol juntas.
Cuatro vidas distintas, separadas, con sus historias dentro de sus
historias, todo para contar, rápido que las horas juntas son pocas y hay que
vaciar la vida pronto porque los pescadores ya se acercan a tender la red.
La mujer siempre niña, ahora se le ve madura, de pez a sirena,
fuerte, certera, en sus brazos se dibujan alas prominentes, expertas en vuelo y
listas para nadar en otros cielos. Ella, la que antes parecía estar distraída a
expensas de que cualquier viento la arrastrase lejos, esta ahora a cargo de las
otras, las cuida, las despierta, las lleva de la mano a entender el destino
amazónico que las ha juntado de nuevo en el caribe.
La mujer siempre autónoma y urbana, deslumbra ahora con un corazón
radiante al que llama casa, se le ve tranquila como quien encuentra la posición
justa en el sillón de las visitas, que nadie la mueva, no la toquen que es ahí
justo en ese lugar donde mas feliz se le ve, donde su independencia crece
acompañada. Ahora sonríe mas tranquila, con un compás exacto, y es que en sus desvelos de playa hay alguien allá afuera que
la espera junto al hueco de su cama.
La mujer siempre libre llegó atrapada en otra vida que no termina
de descifrar, pero en el momento preciso que el azul de sus ojos hizo par con
el del mar, su mirada reencontró el hogar, como quien entra a oscuras a su
cuarto, un poco a tientas y con miedo de tropezar pero que logra atravesar el
espacio segura porque lo conoce y le pertenece. La mas indescifrable de las
cuatro, pero quizá la mas construida de todas, aunque eso no lo sepa ni ella.
La mujer siempre sola y de sonrisa amplia, está ahora enamorada,
aterrada pero feliz, ha llegado ahí siendo una niña que por primera vez se
subirá a la rueda de la fortuna, las otras tres le aplauden, le dicen que tenga
cuidado que no se asome mucho al precipicio, que disfrute el viaje, que si
vomita no importa, pero la mujer siempre sola en ese momento niña feliz, aun
esta haciendo fila, contemplando emocionada la rueda luminosa y al mismo tiempo
pensando: qué terror, qué terror estar hasta arriba.
Ellas cuatro tienen un siempre que caduca, porque han decidido
reconocerse a diario. Son mas fuertes juntas y es precisamente ahí, frente al
mar donde saben de cierto que nunca andan solas, que luego del último minuto de
gracia, del apresurado adiós, se separan pero se llevan a las otras consigo
porque solo aquellos que han logrado compartir ese pequeño espacio donde el
ruido calla y las olas crecen adentro, han renacido juntos y el corazón que
desde ahí vive es uno e inquebrantable.