Sólo a mi sistema inmunológico se le ocurre cachar de quién sabe donde un virus que se refleja en laringitis y se evoluciona en gripe, terminando con un cuadro constipado faringe-respiratorio, todo esto a tan sólo un día de dejar las vacaciones de verano para entrar al trabajo. Debo apuntar, que estos cuadros de problemas respiratorios no son raros en mí, más bien resulta raro no tener gripe –como en días pasados cuando estaba en el mar, ahí sí, nada me dolía y nada me hacía estornudar- nunca fui una persona enfermiza, sin embargo, si de enfermedades se trataba eran siempre relacionadas con la gripe, entre mi alergia al polvo, mi amor desbordado por gatos y perros y mi manía de andar descalza por toda la casa fueron y siguen siendo algunos factores que me han empujado a que cualquier día sin previo aviso amanezca con una tos que me haga quedarme amarrada en cama.
Pero esta vez fue diferente, esta enfermedad fue de esas que sin “pero” alguno tienes que ir al doctor, sin embargo: no fui. Sí, esa es otra fobia, repulsión y miedo a los doctores, las batas blancas, las clínicas, las sillitas azules de plástico en las que te hacen esperar, el olor, los estornudos que nos son tuyos, los canales locales que siempre parpadean en alguna tele de algún rincón de cualquier consultorio u hospital y en menor medida, las pastillas.
Hace dos días quedé con una amiga de ir a un concierto de jazz, estábamos ahí en la fila de espera para entrar al teatro por más de una hora, las risas y nuestras pláticas repletas de incoherencias indicaban que todo marchaba bien y como de costumbre. Más de una vez tuve el impulso incontrolable de conseguir un cigarro, pero fue una ligera irritación casi imperceptible en la garganta la que me detuvo todas las veces que intentaba hacerlo. Al salir del concierto, que estuvo por demás alucinante (y “alucinante” debería escribirlo con mayúscula, pero sin duda sería algo grosero y de mal gusto) con otra amiga sumada a la velada, decidimos ir a cenar, y fue mientras degustábamos una deliciosa pizza al horno (el último recuerdo que tuvieron mis papilas gustativas) que alguien comentó “de aquí a la mutua” y fue la misma irritabilidad de mi garganta que me impidió fumar la que respondió un rotundo “yo no voy”, lo cual, me indicó que algo terrible se avecinaba en mis amígdalas y todo el territorio que las acompaña, quiero decir, que cuando uno rechaza tajante y casi instintivamente una noche de amigas, con jazz y pizza de preámbulo para rematar con una noche de salsa y dios sabrá con qué después de eso, algo debe andar muy mal en el cuerpo o en la mente, y como mis depresiones cada vez tardan más en darme knock out, me fui haciendo la idea de que mi cuerpo alojaba una sorpresa para mí.
No tardó nada para que la jodida tos atacara, al llegar a casa, envidiando a mis amigas que seguirían dando rienda suelta a la noche, me meto a la cama para dormir y antes de que pestañeara si quiera, aparece esta tos acompañada de un dolor en la garganta que nunca antes había tenido, sentía como si alguien con un cuchillo de poco filo intentara romper mis cuerdas vocales sin éxito alguno y teniendo una nueva oportunidad en cada tosido. Me paré y busqué dentro de mis remedios, encontré el jarabe de ajolote (Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl. Pues qué crees Julio, los axolot no escribieron ni una línea, en Michoacán los hicieron jarabe para la tos) sí, suena desagradable, pero sabe más o menos a miel, y era mi primer arma en la batalla contra la medicina alópata, así que me zambé dos cucharadas de aquello, y aunque el dolor cesó mi sueño no pudo concretarse porque estuve la madrugada entera echando flemas.
A la mañana siguiente le llamo al único doctor que no le tengo fobia: mi madre. Allá donde vive son dos horas menos que aquí, acá eran como las nueve, se sorprendió mucho de mi llamada tan temprano, ella más que nadie sabe lo mucho que me gusta dormir, en fin, le platiqué mis síntomas, me diagnosticó, me pidió que le hiciera de su conocimiento todo tipo de medicamentos que tuviera regados por la casa y al final concluyó en que siguiera con el jarabe de ajolote pero que también tomara cada ocho horas Histiacil, mismo, que según en palabras de mi madre me quitaría la tos, me ayudaría a la expulsión de flemas y me descongestionaría, sorprendentemente la caja de este medicamento prometía estos tres resultados, mi madre es implacable en eso de la automedicación, porque debo confesarles, ella no estudió medicina sino leyes, y es curioso como siempre al final de hacernos la consulta (a mí, a mi hermano o a su esposo) termina diciendo “aunque si te sigues sintiendo mal vete con el doctor porque no está bien automedicarse” sin embargo, siempre lo hacemos y siempre nos curamos.
La enfermedad ha sido devastadora, el recién mencionado Histiacil en efecto me calmó la tos y el dolor, pero me dio más alucinaciones que una planta de peyote, al parecer no tenía fiebre pero toda la noche me la pasé hablando de que Kanye West era un iluminati, hasta mi gato se salió de la recamara porque no lo dejaba dormir. Hoy, fue un día más de estornudos y mocos que de tos y flemas, vinieron mis amigas (aquellas del jazz y la salsa) a ver películas a casa, yo, abrigadísima como si fuera invierno en Philadelphia, ellas con ropa de verano, yo apartada como niña con influenza, ellas juntas en el sillón privilegiado (el que está frente al televisor), pasamos una tarde agradable a ratos y otros –para mi- escalofriantes, en los que sentía que moriría de una explosión cerebral causada por tosidos continuos –de tres a cuatro- finalmente no morí, y ellas aminoraban mis quejidos con risas y burlas de mi aspecto, lo cual agradezco profundamente ya que para alguien seudo hipocondriaco recibir cariños y burlas de tus amigos te hacen pensar que no estás en fase terminal aunque en ese preciso momento así lo sientas. Todo el tiempo me tomaba la temperatura, mi hermano contribuyó trayéndome comida y diciéndome a cada momento “no mames, no tienes ni un cacho de calentura”, también hablamos de un brote de peste bubónica en el Perú, tema del cual mi conclusión fue “me vale madre los peruanos en este preciso momento siento como si yo tuviera la peste bubónica y además estuviera a punto de convertirme en zombie” y él, para hacerme sentir mejor dijo “en ese caso, cuando llegue el momento tendré que aventarte por la azotea”.
Hoy es mi tercer día de enfermedad, creo que es muy cierto aquello de que todo se parece a su dueño, y es que esta jodida enfermedad no se decide en ser gripe o tos, anda de indecisa a irse o quedarse pero eso sí determinada a joderme como hace meses no me jodía una enfermedad respiratoria de este tipo. Mientras sigo con el jarabe y el histiacil, ahorita son ya las 3:30 am, y no estoy dispuesta a entregar mi salud mental a las alucinaciones que me da el medicamento, es por eso que me puse escribir, como una especie de aliciente para mi insomnio, además estar sentada me ayuda a que la tos no me ataque cual perro rabioso.
Termino esto embalsamada en VapoRub y deseándome la mejor de la salud, esperando que el martes que tengo que regresar a la oficina esté totalmente recuperada, que las alucinaciones se hayan ido y que el jarabe de ajolote no se haya terminado para que permanezca listo y atento para el siguiente encuentro paliativo en mi organismo.
Como anexo, le dedico esta canción al virus hasta ahora alojado en mi cuerpo Mi enfermedad de Andrés Calamaro